
Un fuerte terremoto te saca de la cama en la noche, y viéndote desprevenido tratas de refugiarte en tus más cercanos. Puedes sentir todas las cosas moviéndose a tu alrededor, pero no las ves, nada puedes hacer. La ampolleta explotando me avisa que la luz se ha cortado. Te levantas. Ves los muebles corridos y las cosas más frágiles, esas que siempre trataste de ciudar más, descansando rotas en el suelo. El valor sentimental de las cosas se superpone a la visión netamente material. Parece que es verdad que uno no valora lo que tiene hasta que lo pierde.
Ya es tarde.
El Tsunami arrasa sin avisar, sin esperar, arrastrando todos los escombros hacia la inmensidad del mar. Fallan los mecanismos de defensa, fallan las comunicaciones y el desastre se produce, siempre con el miedo a las réplicas, que terminarán destruyendo y colapsando todas aquellas construcciones que resultaron fracturadas en el sismo mayor.
Sigo en mi pieza, a oscuras desde hace algunos días y deseando que aquel maldito foco de la esquina, el que siempre quise que no encendiera, vuelva a iluminar mi ventana, con su tenue luz pasando entre las cortinas, debido a esa molesta manía mía de mantenerlas juntas. Por suerte para mi, acostumbrado hace unos meses a las condiciones precarias, reduce el impacto.
Un llamado que interrumpe la nostalgia y rompe con la espera, con la angustia de la desinformación, para decirte que un ser querido que se encuentra lejos, ha tomado un camino diferente al tuyo... eufemismo o no, ya ha tomado su camino.
Duele el no despedirse, duele la forma y duele el fondo, enterarse por terceros que el alejamiento es inminente. Sólo un último reencuentro más para reconocer a las casi irreconocibles víctimas, víctimas de la soledad, del alejamiento y del paso del tiempo, del centralismo y el egoísmo. Una muerte que quita el sueño. Una muerte que perpetua las emociones, ni las aumenta ni las reduce, que no las cambia y que paradojicamente tampoco las mantiene.
Y mientras unos siguen queriéndose subir a un auto y sortear las carreteras para llegar finalmente al desastre, desgastado y maltrecho, yo tomo mi mochila enteramente cargada y me dispongo a caminar por caminos despoblados, con un poco más de cuidado y con el merecido respeto a la Naturaleza, siguiendo un rumbo que espero nunca conocer.
Yo también parto.
Perdido en la ciudad de los Recuerdos... Sólo sigue sonriendo
.
2 comentarios:
Oye, weón. Yo te apaño ;D
yo terminare con la soledad
eres un hombre muy inteligente te llevo conmigo siempre. gisselle
Publicar un comentario