
No la vi venir, simplemente. Mis rápidas piernas iban de atrás para adelante evadiendo, intentando golpearlo con las manos en su enfurecido rostro, pero no. Lentamente su pié se internaba en mi entrepiernas y yo lo veía, sin poder hacer nada, moviéndome a la velocidad de un caracol e impotente ante la experiencia tantas veces antes vivida cuando cabro chico, peleando con mis primos o hermanos por cualquier estupidez de pendejo.
Al comienzo un adormecimiento general, las pantorrillas tensándose y ah! una picazón en los testículos, ya se sienten vacíos. Cierro mis ojos y tapo mi rostro con una mano, con la otra intento dar calor al paquete completo, apretándolo levemente tratando de contener ese incipiente cosquilleo que se empieza a sentir en la base de los cocos. Sigue el dolor, expandiéndose al miembro viril y haciéndose insoportable; sube de a poco acercándose al ombligo y en pocos segundos abarcando todo el abdomen hacia arriba y hacia abajo llegando a las rodillas, impidiéndome levantarme e incluso mover las piernas, excepto si se trata para para unirlas por su punto medio y contraerlas hacia hacia el pecho.
Pierdo el aire y un calor recorre toda la zona baja afectada, dándome la tranquilidad que los órganos aún siguen ahí, y cuando la sangre alcanza a llegar a mi cerebro, la reflexión más grande de mi vida lo llena por completo, siendo traducida por mi boca:
- ¡¡¡Por la chucha que duele una patá en las weas!!!